jueves, 18 de octubre de 2012

Eufemia

EUFEMIA


Tiene tantas arrugas como golpes le ha dado la vida. Siempre va de riguroso negro, contrastando con su pelo blanco recogido en un moño dándole un aspecto limpio y pulcro, nunca olvida su mandil pues junto a las llaves es ahí donde guarda sus penas.

Quedó viuda muy joven y tuvo que sacar adelante a dos niños pequeños, trabajando en el campo en condiciones muy duras. Cuando por fin se hicieron mayores ya con algunos estudios y los dos casados todo se le iba a truncar.

Cuando su hija murió para ella también se acabo la vida, ni fiestas, ni procesiones, ni peluquería, con su especial filosofía hizo la promesa de comer solo una vez al día “para sacrificar mi cuerpo  por mi hija” me dijo.

A pesar de todo la veo reír muchas veces, lo que más le gusta es sentarse en un banco y hablar y hablar con los vecinos de su pequeño pueblo.

En las noches del tórrido verano manchego, cuando sopla una agradable brisa se escucha su risa con las historias y chascarrillos que cuentan unos y otros sentados a la fresca.

Trabajar y trabajar es lo que siempre hace: blanquear la fachada de su casa, barrer la calle cuando en otoño caen las hojas, regar las plantas y ayudar a quien le haga falta en lo que sea.

Y cada tarde sea invierno o verano, con calor o frío, coge a su perrito Homer, una ramo por baston y va al cementerio. Solo ella sabe las cosas que le dira a su hija

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